Cuando se es niño, el tiempo no pasa por ahí, corta camino y aparece
cuando la memoria se pierde, y el vagon de la vida está llegando a su última
estación, cuando los problemas son la causa del mal humor, del engaño propio que
queda al desnudo; cuando se planean los sueños en papel y se recuerdan cada 31
de diciembre, entonces el tiempo aparece
en el camino, se huye de el, de esa sombra, el cansancio agobia entonces de
jugarle a escindírsele al tiempo, el alma se agota y se abruma, entonces los ojos
del alma se abren y miran que el mundo también ha cambiado y ha envejecido, se
sigue volviendo viejo, no por la edad, la edad son sólo números, sino por la
influencia de una vida construida con espejismo; las fuerzas en las manos intentan
desaparecer, llegan las arrugas tienen nombre propio, vejez, esas que no pueden
mentir la vida y los años que llevan formándose, sobre todo la vejez del alma; "mientras
el alma y el corazón no envejezcan, las arrugas son sólo pasajeras" esas
palabras me las dijo un abuelo del Cottolengo, me lo han dicho papás y hasta
alguna vez irónicamente lo brindé como consejo; hay preguntas que duran años
sin respuesta, el hombre se desgasta buscándolas y al encontrarlas se lleva la
tristeza a sus espaldas porque no era lo que el quería encontrar,
ineludiblemente, se busca lo que se quiere y no lo que se necesita, lo mismo le
pasa a los amores inconclusos, sin encuentro de corazones certeros, aunque la
lucha se vea grande por encontrarlos, algún día será y es satisfactoria.
Hay una angustia que se quiere convertir
en esperanza y una mentira que se va dilatando mientras el tiempo sigilosamente
espía detrás de la puerta de la vida de cada hombre, pasa por ahí, tratando de tomar atajos, y cuando el hombre
se percata que el tiempo está ahí, corre en busca de una salida, entonces es
mejor creer que sé es niño y vivir sin temor al intangible tiempo.
Inspirado en Amelie, Película del 2001 dirigida por Jean-Pierre
Jeunet